20 ene 2012

Salvaje espía a Salvada en la cocina

Ayer vigilaba Salvada un perol sobre el fogón. Asomaba su rostro sobre el burbujeante líquido como un Narciso con mandil y zapatillas de felpa rosa, cuando se coló en su cocina un gorila hambriento que fue a sentarse en silencio en el suelo, junto a la escoba.
—¿Y tú, de dónde sales?
—Vengo de Asturias. Soy descendiente del primer rey asturiano —contestó distraído el gorila mientras se sacaba un piojillo de debajo del sobaco, bizqueaba examinándolo pinzado entre dos dedos y se lo metía a la boca después de haberlo reventado con saña—. ¿Le suena la batalla de Covadonga?
—Pareces un gorila instruido y muy humano —esto último lo dedujo Salvada al comprobar la indiferencia con la que aplastara al indefenso piojillo.
—Tengo hambre —el gorila lo dijo ablandando las facciones de su cara. Definitivamente a Salvada le resultaba simpático y lo celebró bebiendo a morro otro buche de vino blanco antes de regar la sopa (no sé de dónde sacaría la receta, pero iba por la tercera botella y cocinaba para cuatro)—. Deme algo, por favor —pidió cortés el gorila.
—Toma un plátano. No te cortes: pela, pela, yo voy terminando esta sopa de letras y te doy un poco. Espero que te guste. Es mi bienvenida.


Eso fue lo que oí, y... ¡ni una palabra más!


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