Gracias
Sin la úlcera sangrante del estómago, el abuelo Enrique no hubiera llegado a los 98. El obligado reposo, la dieta sana y una forma nueva de ver los problemas —de quitar hierro a las cosas— le acercaron en volandas hasta la centena. Tuvimos la suerte de arroparlo en sus últimos momentos, notando que más bien era él quien nos acompañaba a nosotros, guiándonos sereno por las veredas de su propia muerte. Llegado el momento definitivo, no parpadeó. No pronunció palabras altisonantes. Bajo las sábanas, se llevó una mano al estómago y cerró los ojos con gesto agradecido.
©Mikel Aboitiz
Lo mejor para redondear una historia breve es darle la vuelta al problema. Grande.
ResponderEliminar