El sobre
P. entró en mi despacho. Se sentó
dejando un sobre en la mesa y, sin parar de sonreír, me preguntó
qué tal estaban mis hijos. Cruzamos un par de palabras y pronto se
despidió muy formal, tendiéndome la mano. Parecía que iba a añadir
algo, pero no lo hizo. Entonces reparé en su corbata descolocada, en
su mirada perdida descansando sobre el sobre blanco antes de buscarme
los ojos por un instante y salir apresurado, sin cerrar la puerta. Me
quedé de pie, extrañado, corrigiendo el nudo de mi propia corbata
como si así pudiera ayudar a P., ese trabajador incansable, siempre
atento, sin más familia que la propia empresa. Abrí el sobre. Lo
hice pausadamente, con el abrecartas chino. Luego me enteraría de
que otros (pero de esto hacía mucho ya) habían recibido también
otros sobres.
Al principio no sabía qué pensar,
cómo actuar. Me desasosegaba tener que contárselo a mi mujer
(cierto, él había preguntado solo por los niños, no por ella; deseaba mantenerla al margen) pero el contenido del sobre... Pobre
P., ¿podría rehacer su vida fuera de la empresa? ¿Sobreviviría
al oprobio de sentirse señalado por todos? Incluso aquellos que
secretamente aprobaban su forma de actuar le negarían tres veces. P.
necesitaría apoyo, ahora más que nunca. Cerré la puerta del
despacho y, como un delincuente, reabrí el sobre con amargura para
releer la nota. En ella, P., con letra apretada, acomplejada, me
confesaba su amor secreto. Era duro, pero era mi deber: yo no podía
tolerar aquel comportamiento aberrante, así es que agarré la carta
con dos dedos, como si manchara, y me dirigí a la fotocopiadora.
©Mikel Aboitiz
Me emociona la valentía de P, a pesar de intuírse rechazado.
ResponderEliminarMe revuelve la soberbia intolerante del jefe y me inquieta pensar en qué hará con las copias de la carta.
Bonito relato. Un beso