Descompresión
Abandona
las maletas y se tumba boca arriba. Queda sobre la colcha azul marino
descansando la vista en el techo como un náufrago expuesto a la
inmensidad del cielo. Observa una grieta apenas perceptible reptando
hasta la lámpara, la moldura recogiendo en sus volutas de escayola
el canto ensimismado de las cigarras que se cuela por la ventana
abierta; el escritorio, una cómoda, su espejo ovalado, la silla,
otra vez la cómoda. Pero en el espejo... Ese óvalo de azogue
gastado esconde algo inquietante. Se incorpora y las cortinas,
empujadas por una brisa impropia a esa hora de la siesta, se hinchan
y alargan sus dedos de tela rozándole, advirtiéndole que no se
levante y mire en él. Demasiado tarde: la palidez espectral del
rostro, los cañones de barba amenazantes, los ojos enrojecidos,
confirman la presencia del fantasma. Horrorizado, se lanza de nuevo
sobre el mar azul de la cama para flotar sobre ella como flotan los
muertos, colgando sus recuerdos en la percha del olvido: el
cansancio, las jornadas continuas sin tiempo libre, el no saber qué
son vacaciones. Sin embargo, ahora, por fin, las tiene. Es hora de
disfrutar. Comenzará por afeitarse y darse una buena ducha.
©Mikel Aboitiz
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