Frankenstein
también vive en la Dircksenstraße.
Se asoma a una fachada luciendo un aire juvenil de actor que gana
fama con el paso de los tiempos. Repeinado, se ha convertido en un
James Dean de la modernidad. Incluso los tornillos le sientan bien,
tan grandes, simétricos y perfectamente enroscados. Una imagen
impoluta para la posteridad. Los niños que lo veían al pasar,
pensaban que Frankenstein era así de guapo, porque no sabían que
las batallas no las ganan siempre quienes lo merecen, sino aquellos
que las pueden contar. Y estos, plasman el pasado a su conveniencia.
De modo que muchos niños podían alimentarse de esta imagen de
monstruo con aires de galán. Por eso alguien (tal vez un viejo,
alguien con memoria) ha defendido a los niños con las armas de
estos. Ha tomado una tiza blanca y se ha reído de las ínfulas de
ese Boris Karloff de celuloide venido a más. Lo veja y, encima,
además de los colores, le saca la lengua.
©Mikel Aboitiz
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