El mundo en un pañuelo
La mano que con elegante movimiento mecía tu cuna antes de que supieras caminar. Los ojos que en la intimidad de la casa solariega vigilaban tus primeros pasos. Dejas la foto de la mujer con cofia y ojos iguales a los tuyos para centrarte en la carpeta con el expediente «Herencia. Viuda Tizón». ¡Qué coincidencia! Dentro los detalles. Vistas de una casa solariega. En la página seis, los pormenores de la finca; imposible recordarlos, eras tan chiquito. En el anexo, la tasación de bienes. No aguantas más, cierras la carpeta entre mareos. ¡Qué pequeño es el mundo! Cómo logró ella, tras descubrirse todo y ser expulsada de la casa, sacarte sola adelante y permitir que con los años tu nombre brillara en la placa: «Martínez, abogados». Sola, sin don Carlos Tizón. En un suspiro lo decides: rechazas el caso. Odias la traición. En verdad, no pareces hijo de tu padre.
©Mikel Aboitiz
Increíble lo que dan de sí las herencias. Aquí un secreto sale a la luz, con pluma hábil y buena puntería.
ResponderEliminarUn saludo desde Tarragona.
Gracias, Albada
ResponderEliminar