El sustituto
Su condena: vivir
atado a la mujer del circo en el interior del carromato donde le era imposible
la conciliación de su tarea de abogado con la de sustituto del cuidador de
fieras. Sin embargo, aquellas penurias le daban igual con tal de estar con
ella. De hecho, cuando Sergéi se reincorporó, dejándolo sin trabajo, se resignó
a sustituir al malogrado hombre bala. Cupido había desgarrado de un flechazo su
incipiente carrera de letrado, pero qué era aquello comparado con compartir las
noches junto a ella, arropados, adormecidos por los bostezos de los leones y el
batir del viento contra la lona del circo. Para combatir el miedo a volar,
recitaba de memoria artículos del Código Civil, mientras los timbales doblaban
y el público acechaba. Y tras aterrizar, ella lo esperaba, ansiosa, inmóvil
como una diosa, dejándose admirar bajo el cartel de luces que anunciaba a la
mujer barbuda.
©Mikel Aboitiz
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