Lavarse las manos con fuego
Tiñéndolos de un tono similar a un sonrojo, las llamas de la chimenea devoraban los documentos inculpatorios. Sudoroso, agobiado, se afanaba por avivar el fuego antes de que llegara la policía. Pasados unos minutos, llamaron a la puerta. Miró desconcertado hacia ella y luego a las llamas. De nuevo a la puerta. Un silencio de vértigo se rompió con el crepitar del fuego. Sonaron dos golpes más. La suerte estaba echada. Se restañó el sudor, ajustó la corbata y con la mano aún descansando en el pomo de la puerta, pensó en lo inexorable de las leyes naturales. Abrió y, con una amplia sonrisa, recibió a los agentes.
©Mikel Aboitiz
Muy buen título, muy buen microrrelato. Sí, señor. Redondo.
ResponderEliminar1saludo